26 nov 2007

Pig Bones o Huesos de Marrano

Mejor Huesos de Marrano.

Para aquellos que me conocen bien no es insólita la fascinación que despierta en mí este plato de la comida santafereña, no solo por su sonoro y elocuente nombre, Huesos de Marrano, ni exclusivamente por su prodigioso y ciclópeo tamaño al ser servido, sino ademas por la rareza de encontrar el sitio adecuado para deleitarse con el vistoso, gustoso y morrocotudo platillo.

Así que les contaré como el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos, los beodos y los ciegos me encamine a deleitarme con unos maravillosos Huesos de Marrano.

Después de recorrer media ciudad de occidente a norte a recoger al último de los comensales y de atravesarla completamente de norte a sur para llegar al punto donde se encuentran los más apetitosos Huesos Marrano, Donde Rafa, nos recibió con una copita de degustación de Néctar Azul servido por la finura de una “preciosa” impulsadora de la Licorera de Cundinamarca; sin mas tropiezos nos sentamos en la última mesa disponible de todo el establecimiento, un galpón de media manzana donde se agazapan unos trescientos comensales a devorar ávidamente sus Huesos de Marrano.

Entre el frenesí de los meseros logramos captar la atención de uno para que nos sirviera nuestra orden, empezamos con media de aguardiente verde para abrir el apetito necesario para la suculenta picada de entrada, una picadita que comprendía una gran selección de papita criolla, plátano asado, yuca y dos chicharrones bien grandes, pero bien grandes. De fuerte lo único que podría seguir eran los Huesos de Marrano acompañados por más yuca y unas cuantas polas para bajar la porcina carne.

El almuerzo estaba amenizado por el bullicio de las conversaciones ajenas y por la diestra interpretación de un conjunto vallenato, un conjunto de norteña, un trío de cuerdas y unos abuelos que interpretaban los últimos éxitos radiales de la década de los cincuenta; todos a su turno y sin interferir en las actuaciones de los demás tocaban al mejor postor una pequeña selección de su respectivo repertorio, tan variado y folclórico como los atuendos que lucían. Tristemente el pequeño presupuesto que me acompañaba no permitió que los músicos se acercaran a mi mesa, cosa innecesaria porque la música estremecía todo el establecimiento.

A la hora y cuarto de estar masticando y tragando me di por vencido, no podía comer más, me toco pedir que me lo dieran para llevar, así seguir comiendo un par de días más de la increíble carne. La cuenta y las últimas chelas pasaron dócilmente y nos encaminamos a la calle donde la llenura nos guiaba ciegamente al vehiculo que nos llevaría de vuelta al trabajo, un trabajo que no atraía para nada en la atiborra tarde de Santa Cecilia, sin embargo había que cumplir.

El resto de la tarde desfiló ante mi plenitud tan grácil como los Huesos de Marrano que me deleitaron antes, esperando una oportunidad más para saborear ese sereno y porcuno hueso que tanto codicio.
Y para finalizar una polaroid del combo.